Era una tarde muda y quieta.
Alguien entró por la puerta.
Silenciosa y distante
y tan discreta,
entró por la puerta
sin que nadie se diera cuenta.
Acarició con su hábil mano
el corazón
de quien yo más quería.
Ni me di cuenta.
La sangre quedó quieta.
Ni una sola cana
brotó en su cabeza.
Los pájaros se muestran
sobre la alta torre de la Iglesia.
Ahora camina
con la muerte a cuestas.
Qué tonto estuve de veras,
al no haber escuchado
a la muerte entrar por mi puerta.
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